Hace muchos años, vivía una liebre muy fanfarrona, que
siempre estaba recordando a todo el mundo, lo veloz que podía ser. Tan
orgullosa era, que día tras día, machacaba a la pobre tortuga y su baja
velocidad.
Cansada de sus burlas, la tortuga le dijo un día:
-Si tan segura estás lo que dices, ¿Por qué no echamos una
carrera para comprobarlo?
- ¿Una carrera? Te ganaría con los ojos cerrados y a la pata
coja. Si te hace ilusión perder, no veo ningún inconveniente.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhU8x3rulG9ObeYw1jdU4xv0quaccuWsQWkdFpleuqPVGkezGftyZDt_HOCbhyphenhyphenKNdPEZaJ-AYvhGQ4cOGrfbQ651QRcfWr4DlTH5AAAAontbBIxCIQDXsKOPDqMeOksdKLa4Joz_gv0VVIj/s1600/descarga.jpg)
Confiada al 100% en sus posibilidades, la liebre dejó a la
tortuga que tomara una gran distancia, mientras ella vagueaba por los
alrededores. Cansada de esperar, puso en marcha su carrera, llegando en un
tiempo record, a la altura de la tortuga.
Viendo que iba a ser todo muy fácil, se volvió a detener
para tomar un poco de aliento y dejar que la tortuga, prosiguiera su lento pero
seguro caminar. Recupera totalmente, volvió a arrancar de nuevo, volviendo a
pasar a la tortuga rápidamente.
Y así fue pasando toda la carrera, hasta que en la última
parada de la confiada liebre, la tortuga se hizo con la suficiente ventaja para
ganar la carrera.
Moraleja: Jamás te rías de los demás, ni dejes que el exceso
de confianza te lleve a caer en la desidia.
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